«Parafraseando al autor de ‘Gulliver’, el arte fue mi manera de poder seguir jugando»
La magia de la acuarela contemporánea, con todo ese juego de textura, capturando luz y color a partir de la exploración de la técnica tradicional. Vladimir Merchensky es uno de los principales exponentes de Argentina, que expande los límites como artista inquieto, buscando seguir ampliando ese abanico expresivo. Una impronta construida con su propio lenguaje, y también alimentada de todo lo aprendido de su maestro Carlos Gorriarena. Nacido en Venezuela 1978, con una primera infancia en Brasil, y viviendo en nuestro país desde los ocho años, pinta acuarelas desde su infancia. Ha presentado sus obras en festivales y encuentros alrededor del mundo, y desde su Escuela TantaTinta, continúa brindando conocimientos y enseñanza a quienes desean profundizar en el manejo de la acuarela.
«Siento que mis oficios, pintar acuarelas y dar clases, son dos caras de una misma moneda; son complementos que se enriquecen mutuamente. La pintura es un trabajo íntimo, introspectivo. Hay allí una vocación de alquimista. La docencia es una comunión donde el aprendizaje es compartido y nos potencia. Ambas actividades son una terapia vital para mí. Simplemente creo que algunos de nosotros, por razones desconocidas, tuvimos la extraña fortuna de no interrumpir esa pulsión por dibujar y pintar que traíamos de niños. Lo difícil fue defender ese universo mientras crecía. Defenderlo, sobre todo, de mis propios prejuicios, de mandatos familiares, del significado tradicional de la palabra profesión, etc», contó Merchensky, en el inicio de la charla con El Lobo Estepario.
Merchensky obtuvo reconocimientos internacionales, fue galardonado por la France Artiste Community en ocasión del Festival Fabriano in Acquarello, en Italia, y recibió un premio a la acuarela contemporánea en la Bienal de Pakistán. Ha sido jurado de selección y curador, dictado clases en varias universidades, y autor del diseño curricular de una carrera en Arte. De sus obras se destacan un tarot imaginario de 78 naipes, campañas de vía pública para el Ministerio de Cultura porteño y el arte de tapa del disco Espejos, de Ciro Martínez.
«La acuarela es sin duda, mi gran amor. Que me inspira fidelidad, me seduce, me divierte, me sorprende, me enseña, me da placer, desafía mi inteligencia y es infinita. Sé que puedo envejecer con ella a mi lado, y va a ser mi gran compañera, la que me salve en mis días negros. A veces siento que pintar es mi manera de mantenerme joven, mejor dicho, mantenerme infante. Parafraseando al autor de Gulliver, el arte fue mi manera de poder seguir jugando. Es el camuflaje social de nuestros juguetes mientras aparentamos habitar el mundo de los adultos», confesó el artista.
En los últimos meses, a través de TantaTinta organizó workshops (talleres o cursos intensivos), con la presencia de reconocidos artistas, como el peruano Victor Doria (Acuarela urbana) y la costarricense Silvia Monge (Acuarela experimental). A su vez, Merchensky viaja por el interior del país, brindando charlas abiertas. En abril estuvo en contacto con artistas y estudiantes de arte en el Museo de Bellas Artes de Río Cuarto. «Yo tengo a diario una felicidad personal porque dedico mi tiempo a algo que me tiene fascinado: el diseño del material didáctico para un Programa Internacional de Formación Docente en Acuarela. Es el sueño de mi vida y es un proyecto gigante en el que ya mucha gente está trabajando en distintos países. Creo que con este proyecto los acuarelistas vamos a aportar algo hermoso al mundo y a los nuevos sistemas educativos. Hace tiempo que viajo dando estas charlas, y de a poco todo va tomando forma», concluyó.
¿Qué te hubiese gustado ser?
Creo que elegí ser y hacer lo que me gusta, esto del docente que investiga y comparte arte visual. Y me ocupé de respetar, en cada momento de mi vida, ese deseo. Sin embargo, hay algo de la música, del mundo de los músicos profesionales, que me gustaría que exista en mi profesión: la posibilidad de hacer arte con otras personas.
¿Un lugar para vivir en el mundo?
Si no tuviese la limitante del idioma, viviría en China. Admiro mucho su cultura, su medicina ancestral. Pero en mi vejez también quisiera elegir una playa de Brasil, y será volver a la primera infancia.
¿Qué más deseás para tu vejez?
¡Llegar! Jajaja. Poder dar clases en las universidades de arte y compartir con las nuevas generaciones la eclosión de la acuarela como parte fundamental de nuestros próximos sistemas educativos.
¿En qué tarea no te sentís inteligente?
En la gerencia de la escuela de arte que intento dirigir. El rol empresario exige una intuición en la que tengo cierto déficit. Es la parte de mi trabajo donde más tengo para aprender.
¿Cuál fue el momento más feliz de tu vida?
Sin duda, los diamantes de amor. Los breves momentos en que amé a una persona que me amaba. Esa coincidencia es un milagro extremadamente valioso.
¿Tu primer trabajo?
A los nueve años recorría mi pueblo con una bicicleta vendiendo publicidad de una revista que publicábamos con mi hermano. Se llamaba Fibra, en honor a un periódico que había escrito mi abuelo paterno cuando estudiante. Esa experiencia laboral tan inocente me hizo sospechar que yo podía crear cualquier cosa que me propusiera.
¿Cuál es tu buen cine?
Mi buen cine es el que me conmueve y persiste con recuerdos mucho tiempo más tarde. Creo que no necesito directores sofisticados para sentirme nutrido. Por ejemplo, adoro películas tan disímiles como Trainspotting, Danza con lobos y Nightmare before Christmas.
¿El último libro que leíste?
Se llama Encantado de conocerme, de Borja Vilaseca. Es una potente herramienta didáctica para comprender el famoso Eneagrama de Claudio Naranjo.
¿Algún libro que haya sido muy significativo?
En mi infancia, Cosmos de Carl Sagan me marcó a fuego. Y el texto Hablaba con las bestias, los peces y los pájaros, de Konrad Lorenz. Y no puedo olvidarme de El país de las sombras largas, que siendo yo muy chico, me hizo viajar al polo norte a conocer los esquimales. Luego, El arte de amar, de Erick Fromm, me sirvió como una primera aproximación a la reflexión artística como algo nutritivo y vital.
¿Qué artista influyó en tu camino?
De los plásticos, sin duda artistas anónimos de África y Mesoamérica Precolombina. Debo nombrar también los obvios: Xul Solar, Hundertwasser, Torres García, Tapies, Gurvich. Pero también de otras artes, siento a Tim Burton, Julio Verne, Tolkien, Borges, Piazzolla, García Márquez.
¿Qué hito de la historia mundial te hubiese gustado vivir personalmente?
Los dorados años veinte sin duda, con su charol, su fiesta desaforada, la electricidad que por fin nos dejaba disfrutar más la noche todos juntos.
¿Cuál fue la vez que más lloraste?
Cuando falleció mi hermano menor. En su velorio ví el inconmensurable dolor de mi papá y pude presentir la puta verdad de que iba a quedarse ahí jodiéndolo para el resto de su vida.
¿El mejor político en la historia argentina?
Rogelio Frigerio, el cerebro detrás de Frondizi, y toda la usina de intelectuales entre quienes estaba mi abuelo paterno, Marcos Merchensky. Llegué a conocer a Frigerio siendo yo muy muy joven, porque mi hermano mayor era su discípulo. Tenerlo cerca me hizo pensar mucho acerca de lo que significa la palabra prócer.
¿Extrañás algo de tu niñez?
La casa de mi abuela en la Patagonia, sobre todo el patio grande y lleno de vida verde, donde jugábamos. Leíamos historias de Huck Finn, o La isla del tesoro, o Moby Dick y eso alimentaba nuestros juegos bajo un gran árbol de damascos. Cuando volví a mi pueblo un verano de universidad, el árbol había muerto. Me sorprendió sentir tanta tristeza, no me había dado cuenta qué importante había sido ese árbol para el niño que fui.
¿Qué profesión u oficio nunca ejercerías?
Creo que todos los oficios pueden tener nobleza. El problema es la falta de vocación. Por eso, pienso que deberíamos educar a las nuevas generaciones con el concepto japonés del Ikigai, para que puedan indagar durante sus años de formación en una búsqueda profunda de la realización personal. De lo que significa para cada uno, la razón de ser.
¿Te preocupa la muerte?
Cuando pienso en mi muerte lo que me genera rechazo es el posible dolor físico. En un plano más psicológico, si un día me siento cercano a la muerte, espero hacer un balance con pocos arrepentimientos. Haber sido valiente en elegir una vida suculenta.
¿El arte salva?
Si salvarse es sanar, sí. No hablo de consumir arte como una mercancía. Pienso en lo que significa darnos la oportunidad de hacer una práctica artística, darnos el permiso de ser artistas. La actividad artística, al igual que el deporte, la meditación, cualquier trabajo en el que uno está comprometido y logra ver un resultado satisfactorio, son herramientas que tiene nuestra psiquis para encaramarse en el presente, y no permitir que el ruido mental se proyecte hacia el futuro o el pasado, que es en definitiva aquello que nos enferma.
¿Qué te gustaría saber del futuro?
Estoy intrigado sobre el devenir del uso de la inteligencia artificial. Me parece maravilloso este presentimiento de cambios tan brutales en nuestra forma de vida. Confío en que esa inteligencia nos va a ayudar a resolver los problemas ineludibles de la ecología y la pobreza extrema.
¿Donarías tus órganos?
Sí, ¿para qué quiero el envase?.
¿Qué opinión tenés de la religión?
Si sabemos hacer una lectura humilde, todas las religiones pueden enseñarnos muchísimo. Quizá lo complejo es lograr una vida espiritual. Domesticar eso que llamamos ego. Comprender que sólo podemos cambiarnos a nosotros mismos.
¿Alguna palabra valiosa?
Creo que la palabra más espiritual que conozco es “equilibrio”. Y la manera más armoniosa de vida se resume en una idea simple: comer, sin devorar, y nutrir a otros sin que nos devoren.
¿Una película?
Shine, que aquí titularon Claroscuro. Me gustó muchísimo la manera en que cuenta la historia, y ver que la obsesión artística puede ser peligrosa.
¿Un héroe de ficción?
Gandalf El Gris. La figura de ese mago con su vara y su inteligencia me hace fantasear con mi propia vejez.
¿Tu héroe de la vida real?
Aunque parezca engreído, aprendí a ser mi propio héroe. Creo que todo lo que sueño depende de la fuerza de voluntad que suponga para llegar ahí. Y no hablo sólo de proyectos externos, sino también de mi capacidad para cuidar mi salud, mi tiempo, mis vínculos, mi manera de tratar a los demás. Cuando veo que mejoro todo eso, vislumbro un héroe dentro mío.
¿Un disco?
Cría, del grupo Duratierra, me tiene enamorado en estos días.
¿Tu compositor, intérprete o grupo favorito?
No tiene sentido hacer una lista. Son muchos y se suman nuevos. Pero quiero destacar a Astor Piazzolla, que toda la vida me conmovió muchísimo.
¿Cuál es la persona que más te gustaría ver en estos momentos?
Me gustaría hablar con mi papá, Efra, que falleció hace unos meses. Pero que esa charla sucediera con él ya fallecido, para que pudiéramos conversar sobre esa experiencia última de su muerte. Y por fin hacer una retrospectiva sincera a corazón abierto, de todo lo que no pudimos decirnos. Sin mi máscara de reclamos adolescentes y sin su personaje de rebelde antisocial.
¿Cuál es tu idea de la felicidad?
Voy a tratar de sentir la respuesta en lugar de pensarla: caminando en estos últimos años algunos senderos de espiritualidad siento que la felicidad se parece mucho al equilibrio, la humildad y el esfuerzo. O mejor dicho, el resultado de un esfuerzo sostenido. Esfuerzo para entender por fin el amor propio.
¿Qué es lo que más valorás en tus amigos?
Que conociendo mis defectos, no los esgrimen. Que saben sostener y compartir puntos de vista, sin competir. Qué saben cargar su propia nafta de pasiones y sueños, sin parasitar mi energía. Que conocen y valoran mi eterna inocencia plagada de buenas intenciones, y pueden ver más allá de la rutina de mi cara de culo.
¿Qué hábito ajeno no soportás?
Ajeno y propio: el reproche, ese reclamo a destiempo que demanda energía a los demás.
¿Qué sentís que nos dejó la pandemia?
Muchas cosas positivas: más conciencia de nuestra fragilidad, más valor por el tiempo y los afectos, la consolidación del trabajo remoto como posibilidad concreta. Aprendimos a estar con nosotros mismos. La gratitud por la vida. Y no tengo dudas que ese encierro colectivo, esa comunión en la angustia nos dejó muchos otros sutiles aprendizajes que quedarán en evidencia en los próximos años.
¿A quién te gustaría parecerte intelectualmente?
Estoy conforme con el nivel intelectual de mi clan familiar y sin embargo estamos como todos, sin tener mucha idea práctica de lo que es el buen vivir. Y no he sabido consumir adecuadamente textos de grandes intelectuales. Quizá porque creo que el intelecto está sobrevalorado. Si tomamos en cuenta que recién en los noventa se empezó a hablar de inteligencia emocional, nos damos cuenta que tenemos más prioridades que cultivar.
¿Tenés algún lema?
Más que un lema, una breve guía: el Ho’oponopono, la ley del menor esfuerzo de oriente y los cuatro acuerdos de los Toltecas por el otro. Con esas tres herramientas y meditación diaria podemos llegar muy muy lejos.
¿Qué cualidad apreciás más en una persona?
El esfuerzo por el autoconocimiento, y la predisposición sincera a trabajar sobre sí mismo.
¿Qué te gustaría saber ante todo?
Me gustaría tener lucidez para reconocer lo que tengo que cambiar en mí. Me gustaría saber encontrar un equilibrio en mi conducta, en mi percepción y auto percepción. Saber cuidar mi energía y mi tiempo, con generosidad genuina y el menor ego posible.
¿Qué instrumento musical te gustaría tocar?
El bandoneón, el clarón y el surdo…amo los sonidos acuáticos.
¿Tu peor defecto?
Esconder mi vulnerabilidad en la ira, y pretender que los demás actúen de acuerdo a mis criterios. Y el narcisismo, y la intolerancia hija de ese narcisismo.
¿Qué te gusta regalar?
Chocolate en rama. Un diario íntimo en blanco, con tapas duras ilustradas. Entradas para el teatro. Acuarelas y pinceles. Una conversación larga, profunda y comprometida.
¿Tu color favorito?
La combinación de todos los azules con el siena tostado y el sepia.
¿La flor que más te gusta?
La lavanda, los geranios hiedra blancos y las orquídeas. Aunque cambiaría las tres por una planta sin flor: la monstera.
¿Tu artista favorito?
No estaría mal combinar un Borges, un García Márquez, un Kafka y un Tolkien. Y ya que estamos, agregarle una pizca del cerebro de Piazzola, y otro poco de Klimt y Tim Burton.
Se incendia tu casa, sólo podés llevarte una cosa, ¿cuál?
Mi caja de acuarelas, sin ninguna duda.
¿Una canción?
Velas, de una catalana llamada Judit Neddermann. Es de una poesía simple, pero la fui a ver en un teatro, viviendo en Barcelona, y esa melodía me tocó el alma.
¿Una obra de arte?
El Taj Mahal. Y La noche estrellada, de Van Gogh. Y el cielorraso de la Sagrada Familia, de Gaudí.
¿Cuál lugar de la casa es el mejor para leer?
El inodoro.
¿Si fueses Dios, qué es lo primero que harías?
Poner un segundo domingo y más días de vacaciones, para que los dediquemos al ocio creativo. Y que algún animal aprenda a hablar con los humanos y nos cuente el dolor de la naturaleza por nuestro egoísmo.
¿Cuál fue la persona que más te ayudó?
Mi hermano, de manera deliberada y también inconsciente. Su vínculo a lo largo de los años es el mayor maestro que podría haber elegido.
¿Los maestros de tu oficio?
Mi confianza como artista es gracias a Carlos Gorriarena, que me becó como estudiante de su taller de color por dos años. Mi despertar docente se lo debo a Marta Rodríguez Carrera, la adjunta en la Cátedra Savanti, en Arquitectura en FADU. Atrás mío, ella escuchaba en una clase cómo yo volvía a explicar un ejercicio a compañeros que habían llegado tarde, y me dijo “este año más vale que te rompas el traste porque el próximo te quiero de ayudante”. Trabajé con ella tres años que me marcaron para siempre.