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Cómo hacer arte latinoamericano

Mientras estudiamos arte (es decir, durante toda la vida profesional) la adquisición técnica está acompañada de preguntas: ¿cómo desarrollo un estilo personal auténtico?; ¿cómo logro conmover?; ¿qué estoy queriendo decir?; ¿cómo genero una cosmovisión original?

En el curso de Retrato Latinoamericano dictado por Ale Moreno en la Escuela TantaTinta hemos ido practicando recursos técnicos, y como en cualquier taller de arte, ha llegado el momento de comenzar esta otra práctica que nos acompañará durante nuestra vida creativa: la de intentar una definición de nuestro relato y lenguaje artísticos, que en última instancia es una definición de identidad.

La academia griega (su filosofía, el modelo racional mecanicista, los valores clásicos, etc.) es útil para la comprensión y análisis del oficio artístico pero al mismo tiempo determina en nuestro inconsciente un criterio pequeño de lo bello y la definición misma de “bellas artes”. Podemos ver que la realidad que nos rodea, la tierra y la gente que amamos exceden maravillosamente ese canon o estereotipo. Por tal motivo, creemos que un argumento importante de clase es la reflexión de carácter filosófico que invite a imaginar qué arte y qué relato estaríamos produciendo en este continente en una ucronía donde no hubiese sucedido la invasión y la conquista. Invitamos a un ejercicio espiritual personal, excluyendo la carga psicológica de términos como “lucha” o “conflicto ideológico”.

Evolución hacia un lenguaje personal: Antonio Berni, con una sólida formación clásica, sintió más tarde la necesidad de abandonar este canon y dedicarse a investigar posibilidades expresivas y materiales. En estas imágenes podemos ver el mismo tema, su emblemático personaje Juanito Laguna, con un tratamiento plástico tradicional y luego ya en un xilocollage, técnica personalísima desarrollada en su madurez profesional.

Córdova Iturburu escribe que “el arte es un lenguaje destinado a expresar un mundo vasto y complejo de imponderables e imprecisos elementos nacidos en el espíritu del hombre y que no pueden manifestarse en el idioma corriente, en el idioma conceptual con que definimos nuestras ideas o describimos el ámbito material que nos rodea”. El poeta Pedro Salinas dice “el individuo se posee a sí mismo, se conoce a sí mismo, expresando lo que lleva adentro; y esa expresión sólo se cumple por medio del lenguaje”. Lévy Strauss, por su parte, enseña que el ser humano está determinado por un marco o molde: la cultura, el lenguaje, nos sirven de recipiente, nos contienen, nos definen. Entonces, el lenguaje artístico no es sólo un producto o herramienta individual o social sino una estructura capaz de remodelar paradigmas; no es simple técnica, sino una llave que nos permite leer el libro de la existencia y la identidad, y esa lectura implica tiempos tanto como espacios, y espacio exterior tanto como interior. O sea, una llave hacia nosotros mismos.

Nuestra identidad social está inundada de estímulos estéticos eurocentristas (sobre todo una ciudad como Buenos Aires) que reducen nuestra valoración de lo autóctono y arrinconan al mestizo y lo avergüenzan bajo conceptos como el sincretismo pagano y la barbarie. Hace mil cuatrocientos años Mesoamérica bullía con el esplendor Maya y hace setecientos años los Aztecas fundaban Tenochtitlán, sembrando ambas civilizaciones su monumental riqueza cultural en este mismo suelo que hoy las ignora.

Las ejemplares y fervorosas reflexiones estéticas de Berni, Martí, Rivera, Milton Santos, Guayasamín, Guillén, Quijano, García Márquez, Fernández Retamar, Kusch y tantos otros pueden servirnos de referencia teórica para intentar la definición del Ser Latinoamericano, pero en última instancia cada uno de nosotros se vale de la subjetividad emocional de la propia vivencia para distinguir lo que nos identifica de lo ajeno o importado, mientras un invisible dispositivo cotidiano opera para que naturalicemos comportamientos segregacionistas.

El lenguaje artístico puede darnos un acceso vivencial a nuestra comunidad y naturaleza (nuestro ser común con el lugar que habitamos), porque escapa al intelecto y al sentido común siempre teñidos de pensamiento hegemónico. Por eso creemos importante reflexionar acerca de la posibilidad utópica de reivindicar nuestra alteridad pero en un abrazo a lo multicultural y al “hombre total”; de imaginar nuestra decolonialidad estética (en el sentido más amplio del término) para indagar en categorías múltiples de ritos y mitos; de interpelar el mundus académico occidental, esa historia antropocéntrica reduccionista, y dar nuevo crédito a la sabiduría ancestral inscripta en las costumbres sobrevivientes de nuestros pueblos pretéritos.

Que buscar la propia identidad artística no sea una lucha, un acto mezquino de agresión o rechazo a la otredad, sino un ejercicio íntimo y sagrado de libertad.